jueves, 12 de junio de 2008

72 HORAS

Asistimos estupefactos al reciente planteamiento de la Unión Europea sobre la ampliación de la semana laboral hasta las 60 horas, o incluso a las 65 en algunos colectivos. Encabezan este atropello a los derechos de los trabajadores, que tanto sudor y lágrimas han costando a generaciones de ellos y que constituyen un pilar fundamental del manoseado estado del bienestar, los amables Silvio y Nicolás (léanse Berlusconi y Sarkozy), glamurosos “primos lejanos” de Mariano (...Rajoy). Y es que hay que reconocer que ellos predican con el ejemplo. 


Trabajan incluso más horas de las que están proponiendo para un camarero, albañil o médico. Silvio invierte horas y horas al enriquecimiento personal y a su defensa jurídica, aunque este último asunto no le quita mucho el sueño en un país que ha perdido “el norte”. Y nuestro fotogénico amigo Nicolás, que flota en una nube de color de rosa, dedica todo el tiempo que haga falta a dejarse querer tanto por su llamativa esposa como por la prensa del corazón. Intentan tranquilizarnos argumentando que el aumento del horario será exclusivamente tras la negociación individual del trabajador con el empresario, y ya sabemos cómo acaban y a favor de quién este tipo de negociaciones... ”personales”. 


Pero es posible que lleven razón, y que los culpables de este malestar sean los medios de comunicación que quieren desacreditar estas avanzadas “políticas sociales” que están pensadas y estudiadas únicamente para ayudar a sobrevivir a las clases más desfavorecidas. Y es que tener menos tiempo libre nos ayudará con toda seguridad a pagar la creciente hipoteca, ahorraremos en combustibles, protegeremos nuestra salud de los cafelitos, el tabaco, las cenas pesadas fuera de casa... Sí, creo que tienen razón. Es más, pienso que se han quedado cortos. Voy a luchar por las 72 horas. ¿Por qué 72? No sé. Es un número que me sugiere mucha paz, tranquilidad y aislamiento interior, seguridad y protección sin necesidad de la asistencia de letrados, incomunicación con personas que puedan molestarme o incomodarme, y garantías de que ningún maleante, nacional o extranjero, va a ponerme la mano encima: sólo alguien con verdadera autoridad.

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